GABRIEL MIRÓ Y JOSÉ AMADOR, DESENCUENTRO
ENTRE ESCRITORES
Miguel Guardiola Fuster
Cronista Oficial de La Nucía
Gabriel Miró, Azorín, Baroja, Delibes forman el escogido florilegio de
escritores que ocupan un lugar destacado en los anaqueles de la biblioteca del
cronista. Distinguir a uno de ellos es un imposible. Adoro a Miró, el autor de Las
cerezas del cementerio, Nuestro padre san Daniel, El obispo leproso y Años y
leguas, novela de estampas y figuras de nuestros pueblos.
En julio de 1921 Gabriel Miró toma una “heredad de alquiler” en Polop
donde sanar a su hija Clemencia y aquí veranea con regularidad hasta 1930, el
año de su muerte, salvo en 1929. En Polop escribe Años y leguas. Miró
visita caminando con bastón, en jumento, en automóvil, en camión de viajeros,
en cabriolé los pueblos del contorno donde platica con los lugareños y redescubre
el paisaje de La Marina.
Miró ofrece su casa para encuentro de amistades, llanas y
sencillas, unas, ilustradas, otras. En su correspondencia anota que “me ha
visitado el Secretario de la
Nucía”, a la sazón Enrique Montiel Mayor, y que el recovero
de la Nucía
–Ramón Miñana Gilabert, Ouero–, viejo y buen amigo, le llamaba
“Grabiel”. Con todo, notamos en falta el recuerdo a José Amador Asín, escritor,
médico de Confrides, Torremanzanas, Benimantell, l´Alfàs, La Nucía y Polop, donde
descansa su cuerpo. Ambos coincidieron en Polop, presumiblemente desde su
llegada, en 1921. Fueron pacientes suyos Luis Sagi Vela, “el recordado Gabriel
Miró e hija, que recuperaron en Polop su quebrantada salud y que en recuerdo de
gratitud, le regalaron una estilográfica de oro, con fino trabajo granadino”,
según carta de Enrique Amador, hijo del médico, a este cronista. En el libro Los
sembradores de odios. Verdades y cuentos (Alicante, 1967), Amador muestra
malquerencia hacia Miró. A José Amador le profeso gratitud y afecto: atendió mi
salud en la niñez y, en buena medida, le debo la inclinación por mi profesión.
En el libro de Amador, el médico reprueba que cambiara el nombre de la
plaza de Isabel II por el de Gabriel Miró, en Alicante, “cuya historia y
actividades tiene sus notas lamentables, como las de todos los mortales”. Acusa
a Miró de pertenecer a la “funesta generación del 98 doblegada a la masonería
cuyos miembros rivalizaban entre sí para deshonrar a la patria, negándonos toda
clase de vicios y ninguna virtud”. Amador recoge el eco de un sector de la
sociedad española de finales del siglo XIX. Pío Baroja, en El árbol de la
ciencia, describe ese clamor: “La acción de la cultura europea en España
era realmente restringida y localizada a cuestiones técnicas; los periódicos
daban una idea incompleta de todo; la tendencia general era hacer creer que lo
grande de España podía ser pequeño fuera de ella, y al contrario, por una
especie de mala fe internacional. Si en Francia o en Alemania no hablaban de
las cosas de España, o hablaban de ellos en broma, era porque nos odiaban;
teníamos aquí grandes hombres que producían la envidia de otros países... Esa
tendencia natural a la mentira, a la ilusión del país pobre que se aísla, contribuía
al estancamiento, a la fosilización de las ideas. Aquel ambiente de
inmovilidad, de falsedad, se reflejaba en las cátedras.” La generación del 98,
Unamuno, Baroja, Maeztu, Rubén Darío, Valle-Inclán, Benavente, M. Bueno,
Azorín..., quiso cambiar esos arquetipos con una corriente de renovación de las
letras sensibilizados ante el desastre de la pérdida de Cuba. Les unía fuerza
de rebeldía contra la corrupción política y social, apertura hacia Europa,
identidad por los románticos, deseo de recobrar valores olvidados o abandonados
de la realidad europea y de su tradición literaria, una atención acendrada del
idioma. Por otra parte, Gabriel Miró no pertenece a la generación del 98, ni
tampoco al modernismo, se le adscribe en el Novecentismo, “la más importante de
la historia intelectual de la España Moderna”, término atribuido a Eugenio
D´Ors, admirador y valedor de Miró, e integrada por Ramón Pérez de Ayala,
Gregorio Marañón, Salvador de Madariaga, Azaña, Juan Ramón Jiménez.
“Gabriel Miró me dijo –transcribo del libro de Amador–: “Los españoles
tenemos un fondo de misticismo y digo esto porque yo no creo en Dios, algunos
curas me han felicitado por mi misticismo”, y esto justifica las impertinencias
que dijo en sus obras contra la religión, que su hija menor, después de muerto,
le corrigió”. Puede que algunos de sus libros parezcan religiosos, pero no
comporta religiosidad de Miró, como puede colegirse, pongo por caso, de “si
fuésemos creyentes”, frase que se muestra en una carta del escritor a Germán Bernácer.
Asimismo, Vicente Ramos (Vida de Gabriel Miró. CAM. Instituto de Cultura
Juan Gil Albert. 1996) encuentra cierta proclividad a lo anticlerical en
algunas de sus obras, “visible en La mujer de Ojeda... y se espejea
ostensiblemente en Hilván”. En este sentido se expresa una octogenaria
vecina de La Nucía,
de indeleble memoria, al recordar que en su niñez Gabriel Miró platicaba con el
cura Calatayud, sentados en la puerta de la casa abadía, ante la extrañeza del
vecindario el cual rumoreaba que no siendo el escritor persona religiosa gozaba
de la amistad de los sacerdotes: Veus, sense ser religios es molt amic dels
rectors.
Miró le confesó –sustenta José Amador– que tenía cuatro destinos públicos
y no cumplió con ninguno. Gabriel Miró, fracasada la oposición a juez, rogó e
instó para que le concediesen un cargo con que sustentar a su familia y a la
vez le dejara suficiente tiempo libre para la literatura. Así consiguió el
empleo de Oficial Interino de la
Dirección del hospital de San Juan de Dios de Alicante
(1906), cargo que renunció por el de Cronista Oficial de la Provincia de Alicante
(1909), suprimido por precariedad crematística de la Diputación, Auxiliar
segundo del Delegado del Gobierno en la Junta de Obras del Puerto (1910), y nuevamente
cesante hasta conseguir el de Secretario Particular (1911) de Federico Soto,
alcalde de Alicante, cargo del que cesó en 1912. Nuevamente, le designan
Cronista Oficial de la
Provincia de Alicante (1912). En este puesto le conceden una
plaza en la Contaduría
de la Casa de
Caridad de Barcelona (1914). El 9 de agosto de 1917 es auxiliar del archivo
municipal de Barcelona, y en 1919 le nombran Cronista Oficial de Barcelona. Ese
año le retiran la asignación de Cronista Oficial de Alicante. El 29 de
septiembre de 1920 le asignan un puesto en el Negociado de Legislación
Internacional del Trabajo de la Secretaría General Técnica del Ministerio de
Trabajo. A primeros de julio de 1921 le declaran cesante “por no haber venido
ni un solo día a desempeñar su destino”. En agosto de 1922 consigue el empleo
de Auxiliar de los trabajos de organización de Concursos Nacionales de
protección a las Bellas Artes, y al año siguiente le ascienden a Secretario. El
3 de agosto de 1923 le reponen de Cronista Oficial de la Provincia de Alicante.
El 13 de marzo de 1924 alcanza el de Secretario de la Exposición Nacional.
Es probable que entre tanto nombramiento y cese desempeñara varios empleos a la
vez, ocupaciones que o no cobraba, o le llegaba tarde y tras muchas súplicas.
El médico José Amador, a grupas del jumento, en su finca Margoig (Año 1921) |
Cuenta Amador que un día le encontró en su casa leyendo la historia de
Grecia y le preguntó si la acababa de comprar: “Cuando terminé mis estudios
universitarios –le respondió Miró–, en una editorial de Valladolid, por 1500
pesetas me dieron una cantidad de libros con la que tengo para leer lo que me
queda de vida”. El médico deduce por ello y por la conversación mantenida que
la cultura general de Miró era muy limitada. Afirma Vicente Ramos (ob.cit.) que
“El alicantino –Gabriel Miró– conoció el mundo cultural greco–romano, fundamentalmente,
en los volúmenes de la
Biblioteca Clásica, que editó la madrileña Librería Viuda de
Hernando a fines del XIX, y, parcialmente, en los comentarios de Marcelino
Menéndez Pelayo en su Historia de las ideas estéticas en España”.
Fue íntimo amigo de los musicólogos Oscar Esplá y Granados, y conocía la obra
de los clásicos compositores musicales. A los diecinueve años ya sabía de
muchos autores griegos y latinos y había leído a nuestros clásicos. En sus
obras hay influencias literarias de Cadalso, Cervantes, Gracián, Garcilaso de la Vega, san Juan de la Cruz,
Fray Luis de León y de Granada, Teresa de Jesús –“mi maestra del idioma”, en
palabras de Miró–, Rivadeneyra, Isla, Jorge de Montemayor. Figueras Pacheco –su amigo– afirma que los
novelistas modernos que leía Miró con preferencia eran Alarcón, Pérez Galdós,
Valera y Pereda. Gabriel Miró se relacionó con la elite nacional de literatos
de su época. Buen ilustrado bagaje.
El médico refiere que estando en América leyó Campos y leguas
(sic) y las críticas de Miró hacia el que compró y convirtió Ifach en un
precioso lugar de turismo. Tiempo después Amador se lo hizo saber en Polop y le
contestó que tenía derecho a criticar lo que se le antojase, pues aquel señor
que lo compró había roto la armonía del paisaje con el edificio que allí
construyó. A Amador aquello le pareció una estupidez. Gabriel Miró ya conocía
Ifach desde los años de su infancia a donde llegó en diligencia. Años después,
Sigüenza –trasunto de Miró– arriba al peñón en calesín conducido por Bardells,
su dueño. El escritor se reencuentra con la mole de Ifach, revive su mitología
y traza unas hermosas páginas descriptivas del peñón. “Todo eso –le repite
Bardells– todo eso lo ha comprado un millonario por seis mil reales. ¡Con seis
mil reales no se paga la leña de la otra banda del monte!”. Vicente Paris
Morla, de Gandía, compró a Gregorio González Ausina, de Altea, la roca en 1918,
construyó una casa espaciosa para vivienda, y otra para el casero. A juicio de
Miró aquello rompía el paisaje. En 1987 la Generalitat Valenciana
compraba el Peñón y lo declaraba Parque Natural por la Consellería de Obras
Públicas. La casa de los Paris se convertía en Aula de la Naturaleza y la de los
caseros en laboratorio.
Afirma que en una conferencia que dio Gabriel Miró en una ciudad del
norte de España criticó en forma poco elogiosa a los que lo llevaron que los
dejó resentidos. Presumiblemente esa ciudad fuera Gijón. En abril de 1917,
Valdés Prida, redactor jefe del diario Noroeste, de Gijón, fue
encarcelado por el juez Gabriel Cayón, por publicar “un artículo bajo el
epígrafe Figuras de la
Pasión del Señor, en el que se escarnece públicamente a
la persona de Nuestro Señor Jesucristo”, tomado de la obra de Gabriel Miró. La
asonada fue tremenda. En 1925, el Ateneo Obrero de Gijón, deseando quizá
desagraviar a Miró le invitó a pronunciar una conferencia. El acto tuvo lugar,
el domingo, 5 de abril de 1925, en el Teatro Dindurra, con ocupación de todas
las localidades. La presencia en el escenario de Gabriel Miró “fue acogida con
una calurosa ovación”. La prensa se deshizo en elogios con Miró. En esta
ocasión José Amador estuvo confuso y equivocado.
Escribe Amador que cuando visitaba a algunos amigos de Polop, las señoras
se escondían para que no las tomara como personajes de sus novelas. Cuenta que
hablando un día de literatura le comentó que él en un par de horas escribía un
artículo, a lo que le objetó Miró: “Eso es un defecto que tienen muchos
escritores al no meditar bien lo que escriben. A mi la obra Campos y leguas,
me costó tres años para escribirla”. Cavila Amador y deduce que allí no había
reflexión, que la obra valía bien poco y había pereza para escribirla, lo que
probaba el criterio de Hugo Wast (1883–1962, escritor católico argentino, que
durante su mandato de ministro de educación implantó la educación religiosa
obligatoria en las escuelas públicas, intervino las universidades y expulsó a
los profesores que simpatizaban con la oposición. Fue acusado de antisemita),
quien alude a Gabriel Miró –deduce Amador– sin nombrarlo cuando dice: “Hay
escritores que con decir “El hermano lobo y el hermano perro” se creen que han
asimilado el estilo de san Francisco, y escriben a ratos, dejando pasar la
inspiración y olvidando desarrollar punto enunciados, como le ocurre a Miró en El
obispo leproso, con el primo de la monja al verla y dice ¡El Santo!, que a
todos hace pensar en un conflicto sentimental por haberse equivocado,
confundiendo el amor pasional con el místico. El lector piensa que ha surgido
de sicología sentimental y ya no vuelve a ocuparse de él”.
El obispo leproso es la obra cumbre de Miró y la que más polémica
levantó. La novela la sitúa Gabriel Miró en Orihuela –Oleza, en la obra– y
pinta el ambiente de la ciudad, las
vicisitudes de un joven sacerdote, la
actuación de ciertas mujeres devotas, el colegio de jesuitas...El daño fue
importante: en Norteamérica se retiró de
la circulación la edición inglesa de las Figuras, se malogró su
traducción al alemán, impidieron la entrada de Miró en la RAE, etc. El doctor Amador se
decanta por los que atacaron a Miró.
La crítica de Amador a las mujeres que rehusaban encontrarse con Miró no
pasa de ser una simple anécdota. El médico escribía con fluidez artículos
para periódicos de España y Argentina
para consumo diario, de interés efímero. Los trabajos de Gabriel Miró son para
guardar y gozar en nuevas lecturas, para perdurar. El escritor los repasaba,
corregía y los pulía.
José Amador cuenta que Miró tenía un busto en el castillo de san
Fernando, en Alicante, y que era tal la monstruosidad artística que el médico
Pascual Pérez le preguntó al autor de la obra “¿Qué le pasa al busto de Gabriel
Miró que parece que sufre un enfisema pulmonar?” Y añade: “A pesar de ser Miró
republicano y laico, pues en el primer banquete que celebraron en Madrid los
del mandil en los primeros días de proclamación de la República, constaba su
nombre, y sus parciales destruyeron dicho monumento y si sigue la Caja de Ahorros fomentando la teratología artística que conduce al confusionismo espiritual, el busto
de Gabriel Miró y las placas que rotulan con su nombre la plaza, sufrirán la
misma suerte de tantas como le precedieron, por todo Alicante”.
Es clarificador repasar
la historia. En sesión del 30 de mayo de 1930, el Ayuntamiento de Alicante acordó
denominar Jardín de Gabriel Miró al existente en la plaza de Isabel II, “sin
perjuicio de que subsista el nombre de ésta”. Con la instauración de la II República se
acordó extender su nombre a toda ella. En 1935 decidió instalar un busto del
escritor encomendando el trabajo a José Samper Ruiz, quien, al momento de la
inauguración “ha recibido innúmeras felicitaciones por el acierto que ha
presidido su trabajo, ya que ha logrado obtener un busto trasunto fiel de la
imagen de Gabriel Miró”. No nos consta que en el castillo de san Fernando se
ubicara un busto del escritor. Tal vez al que se refiere Amador fuera el del
doctor Rico, obra de Daniel Bañuls Martínez, inaugurado en abril de 1930, de
cuyo rostro no podemos opinar por faltar. Puede que al tiempo de escribir estos
comentarios la memoria de Amador flaqueara y confundiera uno por el otro.
Apolítico o republicano no lo ponemos en duda, pero no que fuera masón. Entre
sus amistades y amigos se cuentan personalidades de diversa ideología política,
desde José Canalejas, liberal, a Antonio Maura, conservador, pasando por Franco
Rodríguez y José Guardiola Ortiz, republicano y primer biógrafo de Miró.
Respecto a que asistiera a un banquete en Madrid durante los primeros días de la República es cosa
imposible, pues Miró murió el 27 de mayo de 1930, un año antes de la
proclamación de la II
República.
La
amistad entre ambos escritores se trastocó en malevolencia después de más de
treinta años de la muerte de Miró. Las criticas vertidas, unas veces hábiles y
otras confundidas, son producto de la animosidad hacia la biblioteca Gabriel
Miró y hacia su entidad gestora la
Caja de Ahorros, por un malentendido entre la dirección de la
biblioteca y el médico, narrado por él en otra parte del libro.
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