lunes, 12 de noviembre de 2012

VINTILA HORIA Y LA NUCIA, por Miguel Guardiola Fuster



 VINTILA HORIA Y LA NUCIA

Miguel Guardiola Fuster
Cronista oficial de La Nucia



Los 1.570 habitantes de La Nucia de 1965 se conocían entre ellos con sus nombres y apodos y convivían en amistad y buena vecindad. La Nucia era un pueblo en su acepción más tradicional que tenía en la agricultura su principal fuente de riqueza y prosperidad. En aquella década el turismo descubrió el sol y la playa. Sólo singulares personas eligieron los pueblos del interior para ocio y descanso atraídos por el aire pintoresco y bucólico, al igual que lo hicieron en los años veinte Oscar Esplá, Emilio Valera y Gabriel Miró. Siguieron sus pasos el pintor Benjamín Palencia, el abogado Rafael Vicente Gómez-Carrasco, el escritor Vintila Horia, el coronel don Gonzalo… La presencia del forastero era de inmediato conocida y aceptada sin ambages. A Vintila Horia le recuerdo sentado tomando un refresco en la terraza del casino del tío Quico Poma, en la calle la Carretera, y a larga distancia nosotros, jóvenes estudiantes, haciendo conjeturas con su pasado.


Fuente: http://www.romanianstudies.org/content/2009/12/dedication-vintila-horia/

 Vintila Horia nació en 1915, en Rumania. Se licenció en Derecho por la universidad de Bucarest. En 1940 ingresó en el cuerpo diplomático, siendo agregado de Prensa y Cultura en las delegaciones de Roma y, en 1942, Viena, donde aprovechó la situación para cursar estudios de Filosofía y Letras en las universidades de Perugia y Viena. En 1944, un golpe de estado relevó la dictadura militar del mariscal Ion Antonescu por un gobierno procomunista y Vintila Horia fue recluido por los alemanes en los campos de concentración de Krummhübel y María Pfarr hasta mayo de 1945 que fue liberado por las tropas inglesas y exilado a Italia. En 1948 se halla en Argentina, y el 5 de marzo de 1953 a bordo del Monte Udala llega a Vigo y se afinca definitivamente en España, salvo los años 1960-1964 que residió en París, y adquiere la nacionalidad española en 1972. Vintila Horia colaboró con la editorial Taurus e inspírale la fundación de la primera agencia literaria en el mundo hispánico. En 1956, Carmen Balcells trabajaría para Vintila como agente literario en Barcelona. En 1960, el rumano se instalaba en París al tiempo que renunciaba de la agencia, intentándola vender a Carmen por 100.000 pesetas, dinero que no tenía la agente catalana. No obstante, Balcells se quedó con la agencia, retiraba el membrete y puso el de ella. De esta suerte se convirtió en la mayor agente literaria del mundo latino. Vintila Horia dio clases de literatura en varias universidades madrileñas y fue funcionario del CSIC. Su muerte acaeció el 4 de abril de 1992 e inhumado en el cementerio madrileño de la Almudena.
En 1960 recibió en París el Premio Goncourt de novela por su obra Dios ha nacido en el exilio, pero en una dura campaña de los intelectuales franceses, dirigida por Jean-Paúl Sastre, fue acusado de fascista por haber escrito en su juventud poemas antisemitas y obligado a renunciar al premio. “Los periódicos anuncian el nuevo Goncourt –escribía Horia- ¡Qué historia más vieja ya! Me sentí muy feliz de haber obtenido el premio y más feliz todavía de renunciar a él. Se ha dicho que me obligaron a hacerlo, pero es que era mi única posible revancha. Por eso lo hice con alegría”. Horia se define como persona de derechas, entendiendo como tales a quienes hacen suyos los valores cristianos de amor, familia, propiedad privada, religiosidad, etcétera. Su obra es fecunda –en doce días, confiesa, escribió un libro de doscientas páginas- y variada: filosofía, arte, tradición, política, sociología, novelas, cuentos, ensayos, periodismo, guionista de cine, parapsicología, etcétera. El periodista, Juan Cruz, preguntaba a Carmen Balcells, cómo fue la relación con Vintila Horia, y la famosa agente literaria respondía: “Buenísima. Yo le admiraba muchísimo. La cosa que más he admirado desde la más tierna infancia es la gente culta. Y eso me pasaba con Vintila Horia, qué hombre tan culto…” (EL PAIS SEMANAL, 11-III-07)
Vintila Horia descubrió estas tierras –le dice a este cronista Joaquín Fuster, que fue su amigo y buen conocedor del rumano- por unos compatriotas afincados en Benidorm. Buscó casa en la Nucia –según testimonio de mi maestro y profesor de bachillerato, Antonio Ivorra Lledó, a quien se dirigió- , pero la halló en Polop por diligencia de Joaquín Fuster, y en este pueblo, como hizo Gabriel Miró en Años y Leguas, escribió hermosas páginas que después plasmó en Diario de un campesino del Danubio.
Pero fue escudriñando los libros de fiesta de la Nucia cuando sentí curiosidad por Vintila. En el tocante del año 1967, el escritor rumano firmaba unas líneas intituladas La señora de las colinas. Dicha dama era la Nucia a la que en breves líneas halaga en modo primoroso, y remata el escrito con estas palabras: “… y en el más reciente de mis libros hablo de ella con mucho cariño”. Por la data del escrito el libro podía ser Diario de un campesino del Danubio. En realidad la obra quiere ser unas memorias, imprescindibles para conocer su vida y pensamiento en la que intercala pasajes descriptivos de Polop y su entorno: “Esta mañana, he sabido que la calle en que se levanta mi casa lleva el nombre de un antiguo camino que separa Polop del vecino pueblo –la Nucia-, y que se llama, en dialecto valenciano, “Camino de la Sort”, o sea, de la suerte… La casa es completamente blanca, con un pequeño balcón en el primer piso, una escalera bastante considerable, cuyas ventanas dan sobre el pueblo y las montañas de la Bernia, dejando aparecer al fondo dos copas azules ofrecidas al cielo: lo que queda del mar en la lejanía descendiente de las colinas. No es una casa bonita. Está en la esquina de un conjunto de casitas sin corral ni jardín, que están pegadas las unas a las otras. En total son ocho; cuatro del lado del pueblo y cuatro del lado del monte Ponoch. Pero tiene garaje, un patio minúsculo y, en el primer piso, podría volver a tener un cuarto de trabajo, de tres metros por dos setenta y cinco, lo que me hunde de nuevo en mis exaltados recuerdos…”
En otro lugar del Diario…, Vintila Horia escribe esta hermosa página que bien podría firmar Gabriel Miró: “Pepe habita en la Nucia y nos invita a su casa a recoger limones. Posee una bonita huerta en la parte baja del pueblo, junto a la carretera de Altea y una cabaña que da sobre el valle. El lugar, donde sopla permanentemente una brisa fresca que viene de las cumbres de la sierra Aitana, me seduce en seguida. Le propongo a Pepe comprarle un trozo de terreno para hacerme construir un chalet a mi gusto.
-Se lo regalo –me dice- . Tome usted este trozo de terreno de al lado de la cabaña. Seremos vecinos.
No hay manera de pagarle sea lo que sea. Recogemos juntos los limones todavía verdes, pero llenos de jugo, y, luego, él nos trae algunos racimos de uvas de por lo menos un kilo cada uno, que habían quedado olvidados entre las hojas; luego, granadas y ramas de tomillo. Como nos considera amigos, no quiere nada a cambio. Él es agricultor y albañil, compra y vende almendras, posee varias huertas y tiene un hijo de diecisiete años que quiere ser arquitecto y al que dedica su vida, sus pensamientos y todas sus fuerzas. Conocimos también a su mujer, sencilla y digna, de rostro fino, espiritualizado, como el de una marquesa del siglo XVIII disfrazada de campesina o de molinera. El alcalde la Nucia es sobrino de Pepe.
-Tiene en su casa todos los libros de usted –me confía”
Es sencillo identificar a estas personas.